458px-Ribalta-cenaLos Evangelistas San Mateo (26. 26-28), San Marcos (14, 22-24) y San Lucas (22-19-20) y San Pablo en su carta I a los Corintios (XI. 23-25), refieren de modo semejante y casi con las mismas palabras, que el Señor, estando reunido con sus discípulos para celebrar la Pascua, en la noche en que fue entregado,

<Mientras comían, Jesús  tomó pan, lo bendijo, lo partió y dándoselo a los discípulos, dijo: Tomad y comed, esto es mi cuerpo>

Y que luego,

<Tomando un cáliz, pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo: Bebed de él todos, que esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos para remisión de los pecados> (Mt. 26- 26-28).

Así quedó instituido el sublime misterio de la Eucaristía y, desde ese mismo instante, aquel Vaso vino a convertirse en la más preciada reliquia de la Cristiandad; en la divina Copa que, en peregrinaje de amor, nos describirá la tradición yendo del Cenáculo a Roma, de Roma a Huesca y de Huesca a San Juan de la Peña; en el fabuloso y misterioso Grial, alrededor del cual se forjarán las más bellas leyendas y las más fantásticas gestas de héroes y adalides que inundarán la cristiandad con la grandeza de sus virtudes y el ejemplo de su valor caballeresco, y en el Santo Cáliz que, bajo el sello y evidencia de la historia, anhelarán poseer los reyes y, que porque así estuviera escrito en la voluntad del Señor, será entregado a la devoción y religiosidad de Valencia, para desde el ostensorio de su Capilla en la Basílica Metropolitana, ofrecerse al mundo entero como testigo permanente del más augusto y sublime de los misterios: el de la institución de la Eucaristía en la memorable tarde de aquel primer Jueves Santo.